PD: Interesante: En el año 997, el caudillo musulmán Almanzor llegó a Santiago de Compostela dispuesto a destruirlo. Cuando entró en la ciudad vacía, solo encontró a un anciano rezando. Era Pedro de Mezonzo, un gallego que defendía con su vida la tumba del Apóstol Santiago.
Pedro había nacido en Curtis, A Coruña, alrededor del año 930. De familia noble, ingresó joven en el monasterio de Santa María de Mezonzo, donde se ganó fama de sabio y de hombre justo. Décadas después sería obispo de Santiago, en tiempos del rey Bermudo II.
Cuando Almanzor inició su expedición, arrasó Tui, destruyó Salvaterra y avanzó hacia Compostela. Pedro sabía que resistir era inútil, así que ordenó evacuar la ciudad para salvar las reliquias del Apóstol y proteger la vida de los compostelanos.
El 10 de agosto de 997, Almanzor entró en una Santiago vacía. Durante una semana saqueó templos y palacios, incendió la basílica y robó las campanas, que serían llevadas a Córdoba para convertirse en lámparas en la Gran Mezquita.
Pero cuando llegó al sepulcro del Apóstol, encontró allí a un monje que rezaba.
“¿Por qué estás aquí?”, preguntó Almanzor.
“Para honrar a Santiago”, respondió.
El caudillo ordenó que no se tocara ni esa tumba ni a ese anciano, el único que se quedó para cumplir su deber.
Ese monje era Pedro de Mezonzo y, sorprendentemente, las crónicas cristianas y musulmanas coinciden en ese encuentro. Por eso, cuando la ciudad fue reducida a cenizas, la tumba del Apóstol quedó intacta.
Tras el saqueo, Pedro impulsó la reconstrucción de Compostela. Restauró templos, reorganizó la diócesis y devolvió la esperanza a un pueblo devastado. En medio de aquel desastre, compuso un himno que aún se reza en todo el mundo: la Salve Regina.
Dicen que la inspiró una imagen de la Virgen de los Ojos Grandes de Lugo. Su plegaria, “Dios te salve, Reina y Madre de misericordia”, se extendió por toda Europa y convirtió al obispo gallego en uno de los grandes autores del canto litúrgico medieval.
Pedro murió en el año 1003 y su fama de santidad se propagó por Galicia y por Roma. Fue canonizado siglos después, y su figura quedó unida para siempre a la reconstrucción espiritual de Compostela.
Dos siglos y medio más tarde, en 1236, el rey Fernando III conquistó Córdoba, y mandó fundir el bronce de las lámparas de la mezquita, las mismas que habían sido campanas de Santiago, y devolverlas a Galicia. El destino tenía memoria.
Aquel día de 997, mientras Almanzor arrasaba Compostela, un solo hombre defendió al Apóstol. Y gracias a él, la tumba de Santiago sigue en pie.
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