PD: Cuando Jesús contó la parábola del hijo pródigo lo hizo para dejarnos clara una cosa: no le importa lo que hayamos hecho mal, sólo le importa que volvamos a sus brazos.
Yo me identifico mucho con los dos hermanos. Unas veces soy como el que se largó y se gasto todo. Se arrepintió y pidió perdón. Es el sacramento de la Confesión, que va ligado con la Eucaristía (el banquete que se le prepara).
Pero otras veces me identifico con el mayor, con el que está con el padre: Lo hago todo bien, rezo, me preocupo por los demás, trato de ayudar y, como los fariseos, me creo con derechos preferentes… y no veo mis miserias.
Dios no se cansa de perdonar, nosotros somos los que nos cansamos de pedir perdón. La parábola del hijo pródigo es la mayor historia de amor que se pueda contar.
Y como conclusión: hay que pasar por el confesionario, hayamos hecho lo que hayamos hecho. El Señor nos espera para perdonarnos y devolvernos la alegría.
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