7/3/13

amor de padre y amor de madre

PD10: ¡Qué difícil es acertar, qué difícil es ser un buen padre!: Amor de madre y padre: Entre la caricia y el coscorrón

En El arte de amar, acaso su libro más importante, Erich Fromm (1900-1980) hizo una distinción entre el amor del padre y el amor de la madre que hasta el día de hoy nadie podría considerar ya superada. Sobre todo, dejó bien claro que el padre y la madre, aun cuando amen a sus hijos hasta dar la vida por ellos, no expresan nunca su amor de la misma manera.

El amor de la madre —dice Fromm allí— es un amor tierno e incondicional; así sea su hijo un perfecto calavera, ella lo querrá lo mismo, pues es carne de su carne y calcio de sus muelas. El hijo no tiene que hacer nada para conquistar el amor de su madre: lo tiene ya, y, haga éste lo que haga, ella lo amará sin tregua ni reposo. ¿Quién no anhela un amor así? Todos necesitamos un amor que nos soporte y nos acaricie y nos consuele, sea lo que fuere lo que hayamos hecho o, incluso, lo que no hayamos podido hacer.

La vida sería insufrible —dice Fromm— si no hubiera nadie que nos amara de esta manera: «El amor incondicional corresponde a uno de los anhelos más profundos, no sólo del niño, sino de todo ser humano; por otra parte, que nos amen por los propios méritos, porque uno se lo merece, siempre crea dudas; quizá no complací a la persona que quiero que me ame; quizás esto, quizás aquello, siempre existirá el temor de que el amor desaparezca». Pero con el amor de la madre uno puede estar seguro que no desaparecerá: es un amor que invita al reposo, al sosiego y a la seguridad.

El amor del padre, en cambio, es de otra índole: no descansa sobre la seguridad, sino sobre la actividad. Él quiere a su hijo tanto como su madre, sólo que es menos tierno en sus demostraciones afectivas y también más exigente. «El amor paterno –apunta Fromm- es condicional. Su principio es: «Te amo porque llenas mis aspiraciones, porque cumples con tu deber, porque eres como yo». Así, si el amor de la madre encarna la dulzura, el amor del padre exige el vigor, el esfuerzo y la disciplina: es un amor a veces rudo, pero tan real como el de aquélla. Seguir leyendo…

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