12/3/15

la figura del padre en la educación de los hijos

PD2: El Papa explicó por qué la palabra “padre” tiene un valor especial para los cristianos. Pero también es “una palabra conocida por todos, una palabra universal”, pues “indica una relación fundamental cuya realidad es tan antigua como la historia del hombre”.
Hoy, sin embargo, la figura del padre está más desvaída, e incluso se ha llegado a decir que estamos en una “sociedad sin padres”. En la cultura occidental, la ausencia del padre “se percibió como una liberación: liberación del padre-patrón, del padre como representante de la ley que se impone desde fuera”.
El rechazo hacia el padre obedecía al “autoritarismo” que reinaba en algunos hogares: “padres que trataban a sus hijos como siervos”, porque “no les ayudaban a seguir su camino con libertad”, ni tampoco “les ayudaban a asumir las propias responsabilidades para construir su futuro y el de la sociedad”.
Pero si el autoritarismo sobreprotector “no es una actitud buena”, tampoco lo es su contrario. “Como sucede con frecuencia, se pasa de un extremo a otro. El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida de los padres, sino más bien su ausencia, el hecho de no estar presentes”.
El Papa advierte que la ausencia del padre “produce lagunas y heridas que pueden ser incluso muy graves. Y, en efecto, las desviaciones de los niños y adolescentes pueden darse, en buena parte, por esta ausencia, por la carencia de ejemplos y de guías autorizados en su vida de todos los días, por la carencia de cercanía, la carencia de amor por parte de los padres”.
Junto a la ausencia física, ligada a la crisis actual de la familia, hay otras formas más cotidianas de ausentarse del hogar: “Los padres están algunas veces tan concentrados en sí mismos y en su trabajo, y a veces en sus propias realizaciones individuales, que olvidan incluso a la familia”.
Otras veces “no se comportan como padres, no dialogan con sus hijos, no cumplen con su tarea educativa, no dan a los hijos, con su ejemplo acompañado por las palabras, los principios, los valores, las reglas de vida que necesitan tanto como el pan”.
También puede ocurrir que los padres “no sepan muy bien cuál es el sitio que ocupan en la familia y cómo educar a los hijos”. Y entonces el riesgo es retirarse, “tal vez refugiándose en una cierta relación ‘de igual a igual’ con sus hijos. Es verdad que tú debes ser ‘compañero’ de tu hijo, pero sin olvidar que tú eres el padre. Si te comportas solo como un compañero de tu hijo, esto no le hará bien”.
En todos estos casos, los niños y los jóvenes se quedan “huérfanos de maestros de quien fiarse, huérfanos de ideales que caldeen el corazón, huérfanos de valores y de esperanzas que los sostengan cada día”.
Sigue el Papa: “Toda familia necesita un padre. Un padre que no se vanaglorie de que su hijo sea como él, sino que se alegre de que aprenda la rectitud y la sensatez, que es lo que cuenta en la vida. Esto será la mejor herencia que podrá transmitir al hijo, y se sentirá henchido de gozo cuando vea que la ha recibido y aprovechado”.
En la transmisión de esa herencia, el padre tiene la misión de “enseñar lo que el hijo aún no sabe, corregir los errores que aún no ve, orientar su corazón, protegerlo en el desánimo y la dificultad. Todo ello con cercanía, con dulzura y con una firmeza que no humilla”.
En la educación de los hijos surgen tensiones, porque a veces no es fácil conciliar el cariño y la disciplina. Pero aquí el error sería quitarse de en medio. “Para ser un buen padre, lo primero es estar presente en la familia, compartir los gozos y las penas con la mujer, acompañar a los chicos a medida que van creciendo”.
Ilustró esta idea con la parábola del hijo pródigo: “Nos muestra al padre que espera a la puerta de casa el retorno del hijo que se equivocó Sabe esperar, sabe perdonar, sabe corregir. También hoy los hijos, al volver a casa con sus fracasos, necesitan a un padre que los espere, los proteja, los anime y les enseñe cómo seguir por el buen camino”

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